martes, 25 de octubre de 2011

Nada ha cambiado.

Nací a menos de diez años de concluida la Segunda Gran Guerra, era un niño cuando aún resonaban los lamentos de Auschwitz-Birkenau y aún olía a muerte en Hiroshima. Seguía siendo demasiado joven cuando el napalm devoraba la carne humana en Vietnam y las bombas de racimo seguían matando niños por el mundo.

El planeta sufría los dolores de parto, pensábamos entonces, es la humanidad que está despertando de su sueño letárgico. La Era de Acuario estaba asomando en el horizonte y tanto sufrimiento, tanto drama, tanta maldad era el precio que pagaba el hombre por renacer y ser al fin el Hombre Nuevo.

Pero el “Haz el Amor y no la Guerra” quedó adormecido entre las volutas de marihuana y la sicodelia de los sesentas. El muchacho de pelo largo y ropa extravagante se dio cuenta muy pronto que no podía escapar del sistema, y prefirió entonces seguir perteneciendo a la manada. Cambiaba así su pelo largo por la corbata y el “Haz el Amor y no la Guerra” por el “Hazte millonario antes de los 30”.

Nos dimos cuenta entonces que por mucho que nos doliera, no bastaba con las buenas intenciones para cambiar el mundo, y que no había Era de Acuario capaz de ganarle a la locura deshumanizante del capitalismo. Y el Mayo Francés fue la inspiración entonces. Los “No nos Moverán” y “Obreros y Estudiantes Unidos y Adelante” sustituyeron al “Paz y Amor” y los dedos en V ya tuvieron otro significado.
Pero la utopía fue arrasada, desapareció de la mano de decenas de miles de desaparecidos, torturados, masacrados. Y como todo pasa y nada es eterno, hoy la vergüenza desentierra cada tanto los huesos de algún luchador muerto en un cuartel de turno.

Y nada cambia, nada ha cambiado, ni el pelo largo, ni los puños en alto han logrado cambiar al hombre. La séptima parte de la humanidad seguirá pasando hambre extrema y los nuevos sheriffs del mundo se horrorizarán ante la muerte de un dictador a manos de unos bárbaros a los que ellos mismos colgaron la estrella de alguacil en el pecho.

Y ahora ni siquiera miramos hacia afuera, nos han anestesiado y no podemos escaparle a la dosis de consumismo y circo. Y lo peor es que estoy perdiendo las esperanzas.

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