jueves, 7 de octubre de 2010

Mariet

La luz, pensé yo, se había apagado para siempre, ya no alumbraría más con el fulgor de su alegría a los que tuvimos la suerte de conocerla. Pensé consumido por la rabia y la impotencia que la oscuridad había por fin ganado la eterna batalla.

Pero no, vaya que estaba equivocado, la luz sigue plena, inefable, viva, enquistada en cada corazón, brillando en cada una de nuestras vidas. Porque fue eso lo que Mariela nos legó para siempre, su luz, su brillo, su ternura de niña asustada, su solidaridad de corazón de leona abierto de par en par.

Gracias querida amiga por tu luz, por tu alegría por las ganas que ponías al querer hacer de este mundo un lugar mejor.

Gracias por recordarme que la muerte no puede, ni podrá jamás ganarle a la ternura.

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