domingo, 4 de abril de 2010

La violeta aprisionada.


La luz entrando por el ventanuco que hace tanto me parecía enorme, crea millones de pequeñísimas luciérnagas en ése mágico altillo olvidado pero querido, con sus paredes que atesoran mi niñez y se niegan a entregarla. Allí viven, y algún día morirán, mis ilusiones marchitas y mis fantasmas más amados.

Libros sobre libros, cajas empolvadas de recuerdos y añoranzas. Aromas resurgiendo desde las desaparecidas horas del pasado. Jóvenes manos de antaño separadas de mis manos por décadas de amores y esperanzas, que soñaron con mis sueños, y que hojearon estos mismos poemas.

Y entre las hojas amarillentas y resecas, una flor ha dejado su aroma en un fenecido recuerdo enamorado, y su desteñido color en el papel hoy amarillento que alguna vez las blancas manos del amor acariciaron sin pensar siquiera en lo efímero de la vida, en lo certero de la muerte.

Misteriosa y vieja violeta intentando guardar el recuerdo de un gran amor, aprisionada entre aquel pasado de vida y este presente de olvido dormitando entre las hojas del libro polvoriento. Cumpliste con tu función fecundante, más no con el dorado polen de tus anteras, sino con la roja pasión de dos corazones que ya no laten. Amores de mis abuelos: principio de lo que sería mi propia historia.

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