miércoles, 12 de agosto de 2009

Charla en el boliche.


Si los ojos son el espejo del alma, en Juan veía a un ser vacío, sin esperanzas, sin futuro en definitiva, sin alma. Sentados en la mesa de un boliche viejo, sobre la madera añeja, desgastada por tanta copa y desencanto, un par de cafés humeantes eran testigos de la tristeza profunda de mi amigo.

-Que terrible dilema es no saber si agradecerle a la vida por haberme permitido amar, o echarle en cara de que ahora me esté quitando a quien tanto he querido-. Las palabras sonaban lejanas y frías, como provenientes de una tumba profunda y oscura. Probé un sorbo del brebaje y ahora era yo mismo el que se ponía a cavilar sobre lo que Juan me acababa de decir.

¿Qué sería peor?, ¿el nacer sin el don de la visión, o perder ese don luego de saber lo que es el gozar de los colores de un arco iris, o los de un atardecer en el mar? En definitiva, y aunque suene terrible, ¿no sería mejor jamás saber lo que uno ha perdido? Un parroquiano que pedía un vino al bolichero me sacó de mi ensimismamiento, pero la pregunta quedó flotando en mi mente. Y la respuesta también.

El don de amar, es un don divino, como el de la visión, como el de la vida misma. Y el precio que uno debe de pagar por gozar de ese don, nunca es demasiado alto, como el que se paga por no gozarlo.

-Aunque estés sufriendo por una partida, tuviste la suerte de saber lo que es amar y que te amen, otros jamás tendrán ese privilegio- le dije –Tené presente que el que nunca ha amado, no ha vivido completamente-

Juan me miró y en sus ojos ya no se reflejaba el vacío o la desesperanza, ahora ellos brillaban de nostalgias y vida. Insistió en pagar él los cafés, me dio un fuerte abrazo de agradecimiento y de despedida, y se fue caminando despacio, rumbo a sus recuerdos.

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