lunes, 10 de septiembre de 2007

Un dia hace mucho en Plaza Fabini.

Es extraño como somos selectivos a la hora de acceder a nuestros recuerdos. Creo que uno guarda todo, bueno, malo, útil e inútil, en su arcon de remembranzas. Grandes y pequeños momentos de nuestras vidas quedan allí, en algún sitio polvoriento esperando ser rescatados. Claro esta, que mientras que algunos recuerdos se guardan allá, en el fondo del baúl como esos objetos cuasi inútiles que, sin tirarlos por las dudas, uno guarda bien lejos del alcance de nuestras manos, hay otros que uno trata de tenerlos siempre disponibles, resguardándolos del polvo del tiempo con su bolsita individual y aireándolos cada tanto para que no se apolillen.


Entre estos últimos atesoro un recuerdo de mi niñez tan inocente y candido, como inocentes y candidos éramos quienes a los ocho, nueve o diez años aun usábamos pantalones cortos y creíamos en la bondad del mundo. Cada día iba yo al colegio, que distaba de mi casa unas ocho o nueve cuadras, caminando, acompañado por mi madre, ya que, “había que cruzar calles por donde pasaban ómnibus” y eso a mi madre le preocupaba mucho, y en otras ocasiones, cuando coincidían los horarios, iba o venia junto a una vecina mayor, que por estar en el liceo y no usar túnica ni portafolios, era para mi toda una mujer.

Y es el recuerdo de sus labios inexpertos besándome y temblando que cada tanto desempolvo para tenerlo siempre a mano. “No le cuentes nada a nadie” pedía mientras labios y dientes entrechocaban nerviosamente en una parodia de beso, que me hacia sentir ya casi casi un hombre.

Hoy, luego de mantener la promesa de no contarle esta experiencia a nadie por demasiados años, la cuento, y pienso en lo cómica que habrá resultado la escena, de dos niños intentando besarse como los grandes lo hacían, en medio de la plaza Fabini en Malvin, el, de guardapolvo escolar, ella de uniforme liceal, pero en ese momento no importaba, éramos dos chiquilines despertando a algo deseado, prohibido y desconocido, y me gustaba, sentía por primera vez el sabor femenino en mis labios, que no era otro que el sabor de la ternura y el amor.

Han pasado muchos años y besos por mi vida, y como a muchos les pasa, unos se recuerdan, otros no, pero jamás olvidare el beso tierno e inexperiente de aquella niña que en una tarde lejana en la plaza Fabini, comenzó a abrirme el portal del paraíso.

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